Antes de hablar de la existencia de una crisis, examinemos el término, que viene del latin Crisis y del griego Krisís, en el sentido de la existencia de un momento en que se produce un cambio muy marcado en algo, como por ejemplo, en la vida de una persona. Este cambio ha presentado generalmente un antes y un después, porque luego del momento crítico ya nada es igual.
Si entendenos a la educación como un proceso constante, permanente, que se genera desde el Estado y que permanece en el tiempo, entonces, como todo el mundo está en permanente cambio, las crisis son necesarias para que el cambio ocurra. Es parte de la naturaleza, es parte del cosmos la existencia de la crisis en todo orden de sucesos y la educación no está ajena al cambio, por lo mismo sus responsables directos –la burocracia, los padres- deben anticiparse a ella. Muchos burócratas de la educación han confundido el cambio con reformas. Recordemos las inumerables reformas que se han impuesto al país, sin un diagnóstico previo, sin basarse en la realidad. Prácticamente cada gobierno ha pretendido tener su propia reforma educacional, como si éstas hubiesen demostrado la capacidad de cambiar la historia educacional del país. En realidad, las supuestas reformas han sido siempre copia de las de otros países, sin considerar las diferencias culturales y de medios. Ninguna ha partido de lo esencial, que es la consulta a los profesores, a los estudiantes, a sus padres a los expertos y ninguna ha sido sometida a debate público. Los educadores tampoco han tenido el peso político para oponerse a algunas ni menos han sido escuchados, porque nuestra burocracia educacional ha sido casi siempre insensata, prepotente y arrogante, incapaz de escuchar a los demás ni de soportar críticas. Así, por ejemplo, se dice que el presupuesto nacional del rubro se ha cuadruplicado en quince años, pero sus efectos, medidos a través del SIMCE no demuestran ningún avance. Entonces, no es una sorpresa que se haya desatado una crisis de verdad este año, cuando los estudiantes de media han salido a la calle a protestar por la mala calidad de la educación que reciben. Las autoridades educacionales resultaron sorprendidas, porque, en su enorme insensibilidad social, no se habían percatado de que existiese un malestar o un descontento con la pobre, aburrida, mal implementada y mal atendida educación nacional. ¿Como es posible, nos preguntamos, que la situación no haya sido prevista por los responsables? ¿Basta con inyectar más dinero al sistema para que mejore la calidad de la educación? Cada reforma educacional que se ha realizado, nunca ha sido evaluada ni menos ha existido transparencia en la inversión educacional. Por el contrario, en una especie de secretismo heredado, los datos referidos a cuánto cuesta la administración de la educación nunca han estado disponibles. Los problemas que afectan a la educación nacional básica y media nunca han sido enfrentados con seriedad y quizás la única reforma de corte profesional, basada en una filosofía determinada y evaluada en su desarrollo ha sido la del gobierno de Eduardo Frei Montalba, en los años sesenta. De ahí en adelante no hubo nunca una discusión amplia del tema y las medidas fueron tomadas por una supuesta tecnocracia, que lamentablemente nunca pudo remediar las miserias de nuestra educación. Es por lo mismo lamentable e impropio de nuestra inteligencia, que los mismos tecnócratas que no anticiparon la problemática que se veía venir, que tomaron medidas equivocadas desde los gobiernos, estén ahora sentados en la Comisión Presidencial que está trabajando en el tema. Por un tema de mínima vergüenza quienes han tenido que ver con la educación en los últimos quince años debieran haberse voluntariamente marginados del tema. Esta situación es tan absurda que no se entiende, pero al menos los estudiantes se han percatado de ello y han hecho notar su malestar.
Tratemos de analizar el problema formulando algunas cuestiones y buscando también algunas respuestas, dejando para el final el tema más primordial a mi juicio, que es el referido a los fines de la educación.
1.- ¿EXISTE REALMENTE UNA CRISIS EN LA EDUCACION NACIONAL?
Es evidente que lo que tenemos a la vista es la explosión social derivada de una crisis que sin alivio se arrastra desde hace treinta años. Los años sesenta del siglo XX finalizaron con la reforma señalada, que por su trascendencia fue un experimento social de enorme trascendencia, pues se aumentó la cobertura de básica y media y se hizo, conjuntamente con el Ministerio de Educación y con la comunidad un intento serio por reducir el analfabetismos, se crearon miles de aulas escolares y se aumentó la cantidad de profesores para dotar a las nuevas escuelas necesarias. Luego viene el gobierno militar y comienza, solapadamente, sin ruido, a gestarse la crisis actual, pues tampoco los gobiernos democráticos hicieron nada notable por superar las deficiencias de la educación pública.
En estos momentos, si vemos los resultados de las pruebas internacionales en donde nuestro país ocupa casi el último lugar; si vemos la pobre mejorías de los puntajes SIMCE entre los quintiles de menores ingresos, si vemos el descontento de los propios afectados, que son los alumnos de educación media, si vemos el malestar de los docentes, entonces estamos en plena crisis y se requieren cambios profundos, no cosméticos. No se necesitan una enorme comisión para emitir sugerencias al gobierno acerca de cómo superar la crisis, puesto que ya todos sabemos en qué consiste y dónde están los problemas. Se requiere el aporte sensato de expertos, que proponiendo al parlamento un proyecto consensuado, logren implementar las medidas urgentes y las de mediano y largo plazo.
La educación es un proceso que requiere de tiempo para mostrar resultados, por lo menos, de tres generaciones de estudiantes. Lo que hagamos ahora afectará a los hijos de los jóvenes que salen a la calle –ahora- a protestar por su derecho a una educación de calidad.
¿POR QUE LLEGAMOS A ESTA CRISIS?
Se ha criticado abiertamente que la formación del profesorado no es la óptima, pero no se han percatado, desde la autoridad, que hay algunas medidas provenientes del propio Estado, que han llevado a la actual situación. Veamos algunos hechos, sin ponerlos en orden de importancia.
1.- Formación inconveniente de profesores. Varias universidades, algunas de ellas pertenecientes al poderoso Consejo de Rectores, realizaron exitosos planes comerciales de formación a distancia de profesores, o con una asistencia obligatoria mínima a clases. Estos cursos, llamados de regularización, nunca fueron evaluados en el producto terminal ni hubo nunca un solo estudio que avalase la necesidad o conveniencia de seguir con ellos
2.- La autoridad permitió el acceso a plazas de profesores a personas sin otro requisito formal que contar con la licencia de educación media, esperando que estas personas regularizaran su título habilitante, no sus conocimientos, con lo cual se tergiversó la función de formar a un docente en los aspectos técnicos, éticos y en habilidades pedagógicas propias de un país que necesita de docentes y estudiantes enseñados con las últimas teorías y prácticas pedagógicas.
Por lo demás no existe en el país ninguna facultad de educación que sea modélica, es decir, que sirva de referente a las demás o que tenga relevancia internacional. Habría que investigar el por qué de esta lamentable situación, que evidentemente, se puede remediar con la receta europea: contar con un alto porcentaje de académicos con grado de doctor y con la selección cuidadosa de los postulantes, esperando que se efectúe una selección que permita llegara contar con un profesorado de básica y media de excelencia. Porque no hay que ser sabio para darse cuenta que si los académicos que forman a los maestros no son de excelencia, ¿qué podemos esperar de éstos?
3.- Los recursos en dinero asignados a programas de educación nunca fueron evaluados ni trasparentados al mundo académico, gremial ni menos difundidos al público en general. Es como si se hubiese invertido esos recursos sin el menor control de sus efectos. Ninguna empresa privada puede actuar de esa manera, porque finalmente los costos sin evaluar llevarán a la quiebra el negocio y a impedirles competir, como ha sucedido con la empresa llamada educación nacional, cuyo producto final –la calidad -es pésima.
4.- Sorprende la poca presencia de doctores en educación en el Ministerio del ramo, que no hace concursos públicos y prefiere llenar sus cargos con recomendados políticos y profesionales ajenos a la educación. No existe una real carrera funcionaria que permita que los más aptos y expertos lleguen a las jefaturas. Por el contrario, en cada cambio de gobierno desaparecen los burócratas que habían aprendido algo y llegan nuevos que no tienen la menor idea de lo que se estaba haciendo. Es necesario contar con una burocracia culta, ilustrada, educada, con experiencia en los asuntos de educación pública y con alguna cercanía profesional al tema de la educación. Hasta la revolución de los escolares de 2006, el cargo de ministro era apacible, decorativo, vistoso ante los medios de comunicación y un pasaporte seguro para mejores cargos nacionales e internacionales o un destacarse en los partidos políticos para cargos de representación popular. Permitía incluso excentricidades, como promover la enseñanza del chino o del inglés en las escuelas, sin percatarse de la grave falencia de los estudiantes en el idioma patrio o que se están extinguiendo algunos idiomas de los grupos originarios, como los Onas. En el fondo, el Estado ha tratado a los padres y a los estudiantes como si fuesen personas de segunda categoría, sin derecho a ser escuchados ni a emitir opiniones. Para darnos cuenta de la crisis, uno de los principales diseñadores de políticas públicas educacionales de las últimas décadas, ha resultado ser una persona deshonesta que fingió tener los títulos de abogado y de sociólogo, además del grado de doctor por Oxford. Al descubirse su falsedad, el gobierno prefirió ignorar el escándalo, pues le habría significado el descrédito. Pero al callar, dejan los políticos -tanto de izquierda y derecha- en claro que las conductas inmorales se acallan cuando se producen en las filas partidarias. Mientras tanto, los doctores formados en universidades de calidad, estamos en un molesto tercer plano en la educación nacional.
Es evidente que lo que tenemos a la vista es la explosión social derivada de una crisis que sin alivio se arrastra desde hace treinta años. Los años sesenta del siglo XX finalizaron con la reforma señalada, que por su trascendencia fue un experimento social de enorme trascendencia, pues se aumentó la cobertura de básica y media y se hizo, conjuntamente con el Ministerio de Educación y con la comunidad un intento serio por reducir el analfabetismos, se crearon miles de aulas escolares y se aumentó la cantidad de profesores para dotar a las nuevas escuelas necesarias. Luego viene el gobierno militar y comienza, solapadamente, sin ruido, a gestarse la crisis actual, pues tampoco los gobiernos democráticos hicieron nada notable por superar las deficiencias de la educación pública.
En estos momentos, si vemos los resultados de las pruebas internacionales en donde nuestro país ocupa casi el último lugar; si vemos la pobre mejorías de los puntajes SIMCE entre los quintiles de menores ingresos, si vemos el descontento de los propios afectados, que son los alumnos de educación media, si vemos el malestar de los docentes, entonces estamos en plena crisis y se requieren cambios profundos, no cosméticos. No se necesitan una enorme comisión para emitir sugerencias al gobierno acerca de cómo superar la crisis, puesto que ya todos sabemos en qué consiste y dónde están los problemas. Se requiere el aporte sensato de expertos, que proponiendo al parlamento un proyecto consensuado, logren implementar las medidas urgentes y las de mediano y largo plazo.
La educación es un proceso que requiere de tiempo para mostrar resultados, por lo menos, de tres generaciones de estudiantes. Lo que hagamos ahora afectará a los hijos de los jóvenes que salen a la calle –ahora- a protestar por su derecho a una educación de calidad.
¿POR QUE LLEGAMOS A ESTA CRISIS?
Se ha criticado abiertamente que la formación del profesorado no es la óptima, pero no se han percatado, desde la autoridad, que hay algunas medidas provenientes del propio Estado, que han llevado a la actual situación. Veamos algunos hechos, sin ponerlos en orden de importancia.
1.- Formación inconveniente de profesores. Varias universidades, algunas de ellas pertenecientes al poderoso Consejo de Rectores, realizaron exitosos planes comerciales de formación a distancia de profesores, o con una asistencia obligatoria mínima a clases. Estos cursos, llamados de regularización, nunca fueron evaluados en el producto terminal ni hubo nunca un solo estudio que avalase la necesidad o conveniencia de seguir con ellos
2.- La autoridad permitió el acceso a plazas de profesores a personas sin otro requisito formal que contar con la licencia de educación media, esperando que estas personas regularizaran su título habilitante, no sus conocimientos, con lo cual se tergiversó la función de formar a un docente en los aspectos técnicos, éticos y en habilidades pedagógicas propias de un país que necesita de docentes y estudiantes enseñados con las últimas teorías y prácticas pedagógicas.
Por lo demás no existe en el país ninguna facultad de educación que sea modélica, es decir, que sirva de referente a las demás o que tenga relevancia internacional. Habría que investigar el por qué de esta lamentable situación, que evidentemente, se puede remediar con la receta europea: contar con un alto porcentaje de académicos con grado de doctor y con la selección cuidadosa de los postulantes, esperando que se efectúe una selección que permita llegara contar con un profesorado de básica y media de excelencia. Porque no hay que ser sabio para darse cuenta que si los académicos que forman a los maestros no son de excelencia, ¿qué podemos esperar de éstos?
3.- Los recursos en dinero asignados a programas de educación nunca fueron evaluados ni trasparentados al mundo académico, gremial ni menos difundidos al público en general. Es como si se hubiese invertido esos recursos sin el menor control de sus efectos. Ninguna empresa privada puede actuar de esa manera, porque finalmente los costos sin evaluar llevarán a la quiebra el negocio y a impedirles competir, como ha sucedido con la empresa llamada educación nacional, cuyo producto final –la calidad -es pésima.
4.- Sorprende la poca presencia de doctores en educación en el Ministerio del ramo, que no hace concursos públicos y prefiere llenar sus cargos con recomendados políticos y profesionales ajenos a la educación. No existe una real carrera funcionaria que permita que los más aptos y expertos lleguen a las jefaturas. Por el contrario, en cada cambio de gobierno desaparecen los burócratas que habían aprendido algo y llegan nuevos que no tienen la menor idea de lo que se estaba haciendo. Es necesario contar con una burocracia culta, ilustrada, educada, con experiencia en los asuntos de educación pública y con alguna cercanía profesional al tema de la educación. Hasta la revolución de los escolares de 2006, el cargo de ministro era apacible, decorativo, vistoso ante los medios de comunicación y un pasaporte seguro para mejores cargos nacionales e internacionales o un destacarse en los partidos políticos para cargos de representación popular. Permitía incluso excentricidades, como promover la enseñanza del chino o del inglés en las escuelas, sin percatarse de la grave falencia de los estudiantes en el idioma patrio o que se están extinguiendo algunos idiomas de los grupos originarios, como los Onas. En el fondo, el Estado ha tratado a los padres y a los estudiantes como si fuesen personas de segunda categoría, sin derecho a ser escuchados ni a emitir opiniones. Para darnos cuenta de la crisis, uno de los principales diseñadores de políticas públicas educacionales de las últimas décadas, ha resultado ser una persona deshonesta que fingió tener los títulos de abogado y de sociólogo, además del grado de doctor por Oxford. Al descubirse su falsedad, el gobierno prefirió ignorar el escándalo, pues le habría significado el descrédito. Pero al callar, dejan los políticos -tanto de izquierda y derecha- en claro que las conductas inmorales se acallan cuando se producen en las filas partidarias. Mientras tanto, los doctores formados en universidades de calidad, estamos en un molesto tercer plano en la educación nacional.
5.- Se esperó mucho de la red y los computadores, sin darse cuenta que esa no enseña habilidades ni normas morales y que éstos, sin los programas adecuados, sin el mantenimiento adecuado de los equipos, sin profesores con las habilidades necesarias, no pueden producir ningún efecto positivo mensurable en la calidad de los aprendizajes. Peor aún, la actual generación de padres ocupa tiempo en sus trabajos o de su descanso bajando material de la red para los trabajos que debieran sus hijos realizar por sí solos. Para dar un ejemplo real, hace algunos años reprobé a un estudiante porque para su memoria de título bajó todo un trabajo con autor conocido de la red, haciéndolo pasar por propio. Ante la reprobación el alumno recurrió al Ministerio de Educación, quien disculpó al alumno y exigió un informe al profesor. Ante el plagio desvergonzado y ante la actitud perversa de la autoridad, recurrí a la Contraloría General de la República quien aclaró el caso y el alumno quedó marginado de la titulación.
6.- Los fines de la educación, es decir, para qué educamos, ha sido un tema que no fue nunca bien trabajado porque podría ser políticamente incorrecto. Por ejemplo, no es posible que todo el sistema, incluido en él la llamada educación técnico-profesional, estuviese dirigida al ingreso a la universidad. Esta tendencia populista ha sido tan exitosa, que ningún padre deja de tener la voluntad, la intención o la esperanza de que sus hijos sean universitarios. No importa la titulación, basta con que el diploma que obtenga sea otorgado por una universidad, sea esta pública, privada, buena, mala, laica o religiosa, nacional o internacional, acreditada o no, grande, chica. Lo que sea, pero que sea universidad. Con esto, se ha tergiversado el rol universitario, se ha alterado el concepto de universidad –de lo plural en el conocimiento, de la búsqueda de la verdad, de la investigación y del amor al saber-para crear, porque hay demanda, una industria de títulos. No hay ninguna política seria de universidades si no se exige a estas instituciones que tengan dos cosas imprescindibles en las universidades serias: un alto número de doctores y dedicarse fundamentalmente a las carreras con licenciatura, dejando fuera a las que no tengan ese requisito.
Es importante hacer notar que tenemos a la vista un fenómeno interesante, pero preocupante: las universidades, ya sean estatales o privadas, no pueden seguir creciendo hacia las carreras con licenciatura, es decir a lo netamente universitario, por lo que tendrán que crecer creando tecnológicos con carreras técnicas de corta duración, con la esperanza que esos egresados continúen tras la búsqueda de licenciaturas o títulos profesionales. De otra manera se detiene esta industria. Al final, desaparecerán los institutos profesionales y los centros de formación técnica, con lo cual desaparece la diversidad institucional, que es necesaria, como se ve en los países en desarrollo.
El mercado universitario, concebido como un negocio más, llevará finalmente a una nueva crisis: la de los profesionales sin trabajo, no porque no existan cargos a llenar, sino por que la universidad de origen tenga tan poco prestigio y peso en el mundo del saber, que sus diplomas sean papel sin valor. Pero aún faltan algunos años para que se cumpla esta predicción.
Volviendo a los fines de para qué educamos, esta debería ser la pregunta inicial de la Comisión Asesora Presidencial para la calidad de la educación. Si no somos capaces de contestarla, porque no sabemos si es para dar felicidad al ser humano, o prepara para la vida del trabajo, o prepara para las desarrollar las habilidades académicas para lograr una carrera universitaria, o entrega las herramientas intelectuales para comprender el mundo, o para cumplir simplemente con un mandato constitucional y haga quien quiera lo que desee, no llegaremos a ningún buen puerto; por el contrario, la educación nacional básica y media seguirá vacía de encanto, ajena a los fines correctos, desencantada, aburrida y pobre como la que tenemos en la actualidad.
6.- Los fines de la educación, es decir, para qué educamos, ha sido un tema que no fue nunca bien trabajado porque podría ser políticamente incorrecto. Por ejemplo, no es posible que todo el sistema, incluido en él la llamada educación técnico-profesional, estuviese dirigida al ingreso a la universidad. Esta tendencia populista ha sido tan exitosa, que ningún padre deja de tener la voluntad, la intención o la esperanza de que sus hijos sean universitarios. No importa la titulación, basta con que el diploma que obtenga sea otorgado por una universidad, sea esta pública, privada, buena, mala, laica o religiosa, nacional o internacional, acreditada o no, grande, chica. Lo que sea, pero que sea universidad. Con esto, se ha tergiversado el rol universitario, se ha alterado el concepto de universidad –de lo plural en el conocimiento, de la búsqueda de la verdad, de la investigación y del amor al saber-para crear, porque hay demanda, una industria de títulos. No hay ninguna política seria de universidades si no se exige a estas instituciones que tengan dos cosas imprescindibles en las universidades serias: un alto número de doctores y dedicarse fundamentalmente a las carreras con licenciatura, dejando fuera a las que no tengan ese requisito.
Es importante hacer notar que tenemos a la vista un fenómeno interesante, pero preocupante: las universidades, ya sean estatales o privadas, no pueden seguir creciendo hacia las carreras con licenciatura, es decir a lo netamente universitario, por lo que tendrán que crecer creando tecnológicos con carreras técnicas de corta duración, con la esperanza que esos egresados continúen tras la búsqueda de licenciaturas o títulos profesionales. De otra manera se detiene esta industria. Al final, desaparecerán los institutos profesionales y los centros de formación técnica, con lo cual desaparece la diversidad institucional, que es necesaria, como se ve en los países en desarrollo.
El mercado universitario, concebido como un negocio más, llevará finalmente a una nueva crisis: la de los profesionales sin trabajo, no porque no existan cargos a llenar, sino por que la universidad de origen tenga tan poco prestigio y peso en el mundo del saber, que sus diplomas sean papel sin valor. Pero aún faltan algunos años para que se cumpla esta predicción.
Volviendo a los fines de para qué educamos, esta debería ser la pregunta inicial de la Comisión Asesora Presidencial para la calidad de la educación. Si no somos capaces de contestarla, porque no sabemos si es para dar felicidad al ser humano, o prepara para la vida del trabajo, o prepara para las desarrollar las habilidades académicas para lograr una carrera universitaria, o entrega las herramientas intelectuales para comprender el mundo, o para cumplir simplemente con un mandato constitucional y haga quien quiera lo que desee, no llegaremos a ningún buen puerto; por el contrario, la educación nacional básica y media seguirá vacía de encanto, ajena a los fines correctos, desencantada, aburrida y pobre como la que tenemos en la actualidad.
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