DR. NELSON CAMPOS VILLALOBOS
El término libertad viene del vocablo latino liber, en el sentido de la facultad de obrar y de no obrar y en el entendido que es la facultad de hacer y decir lo que sea lícito. Como señala Ferrater Mora (1994:2135-2136) este concepto ha sido usado de diversas maneras y en muy diversos contextos, de modo que es un término complejo, por ejemplo, dice Ferrater, se le ha entendido como posibilidad de autodeterminación; como posibilidad de elección; como acto voluntario; como espontaneidad; como margen de indeterminación, como ausencia de interferencia; como liberación frente a algo; como liberación para algo; como realización de una necesidad. Para Santo Tomás, no es posible la libertad sin moral porque la naturaleza humana se inclina naturalmente hacia el bien; muchos son los bienes que se presentan a la voluntad, pero el hombre se mantendrá libre en cuanto a ellos porque tiene una tendencia hacia el bien universal, que sobrepasa a todo lo que es parcial o que es limitado.
Hobbes (1588-1679) publicó en 1648 Leviathan, obra en que encontramos un admirable párrafo relativo al tema que estudiamos: (1548, 1998:106) en que señala: Por libertad se entiende, de acuerdo con el significado propio de la palabra, la ausencia de impedimentos externos, impedimentos que con frecuencia reducen parte del poder que un hombre tiene de hacer lo que quiere; pero no pueden impedirle que use el poder que le resta, de acuerdo con lo que su juicio y razón le dicten.
Desde una hermenéutica libertaria, Hobbes nos dice que aún el hombre más privado de libertad, como un esclavo, aún conservará la libertad de pensar, aún será libre en su interioridad. Después de Hobbes la discusión sobre la libertad, sus bienes y sus males, no encontrará una mejor expresión, sino hasta el advenimiento del siglo XVIII. Efectivamente, el concepto amplio de libertad humana no toma forma en la conciencia de la humanidad sino hasta la Revolución Francesa, pues en esa época aún existía la esclavitud en muchas partes del mundo. En el siglo XIX, cuando la esclavitud tiende a desaparecer del mundo civilizado, las libertades se refieren a variadas otras esferas de la conducta humana, como la religión, la política, el arte y los derechos humanos en general. Para el filósofo español Pelayo García Sierra, Los diversos conceptos mundanos, académicos del término libertad constituyen una constelación muy oscura, una nebulosa. De todas maneras, la idea de libertad es uno de los conceptos más potentes, más discutidos y más controversiales que se pueda encontrar en el amplio vocabulario de la humanidad y por lo mismo no es fácil de exponer y menos de llevar esta discusión al ámbito educacional sin pasar también por el político, el social y el religioso. Desde la epistemología, para muchos filósofos, la libertad puede entenderse como el dilema entre ser libres o no respecto de nuestra propia naturaleza humana o de ser o no libres frente a otros individuos. Para Hobbes (1588-1679), la libertad es la situación en la cual un hombre no es impedido o restringido por otros. Para Kant, es la capacidad de los seres racionales para determinarse a obrar según leyes de otra índole que las naturales, esto es, según leyes que son dadas por su propia razón; libertad equivale a autonomía de la voluntad. Kant expresa que La razón teórica no puede demostrar la existencia de la libertad pues solo es capaz de alcanzar el mundo de los fenómenos, mundo en el que todo está sometido a la ley de causalidad, y por lo tanto en el que todo ocurre por necesidad natural. Desde la perspectiva de la razón práctica, y si queremos entender la experiencia moral, cabe la defensa de la existencia de la libertad: si en sus acciones las personas están determinadas por causas naturales, es decir si carecen de libertad, no podemos atribuirles responsabilidad, ni es posible la conducta moral; de este modo, la libertad es la ratio essendi (la condición de la posibilidad) de la moralidad, a la vez que la moralidad es la ratio cognoscendi (lo que nos muestra o da noticia) de la libertad. Un viejo dilema, entre el determinismo versus el libre albedrío, es resuelto impecablemente con la argumentación Kantiana de esa autonomía de la voluntad. Señala Kant que todo obrar por un orden conocido previamente resuelta incompatible con lo que llama la espontánea libertad de la voluntad al encausar nuestra conducta en una dirección determinada. La existencia de la voluntad humana no admite un orden fijo y trascendente de realidades predeterminadas; ella es el verdadero Yo del Ser. En la confrontación sale triunfante el libre albedrío.
Jean Paul Sartre (1905-1980) opinaba que estamos condenados a ser libres, pues no podemos escapar al designio existencial de escoger entre una o más opciones, porque disponemos de un espíritu sometido a la responsabilidad emanada del libre albedrío, o sea, de la capacidad únicamente humana de escoger entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo, lo imperfecto y lo perfecto y así siempre, en una infelicidad perpetua. Es el costo de la libertad para pensar. La idea subyacente es que solamente hay libertad cuando un hombre no es restringido o impedido de hacer su voluntad por los otros. Hay un deseo de que nos dejen en paz y tranquilidad para planear, expresar y realizar nuestras metas. Las obstrucciones a la libertad pueden venir de las leyes –que generalmente son restrictivas de alguna libertad- o de otras personas. Por su parte, Bunge (2002:261) entiende que la libertad es la de ser lo que uno desee ser, a condición de que ese intento ni implique una carga para la sociedad y no viole los valores básicos de los otros.
Ferrater Mora (1994:2136-2137):, con su reconocida rigurosidad conceptual y pertinencia en el manejo de las palabras, señala que la libertad, en un sentido primario, para los griegos tenía tres acepciones :
1. Libertad natural: sería la posibilidad de sustraerse, al menos parcialmente, a un órden cósmico predeterminado e invariable; es una especie de libertad ante el destino
2. Libertad social o política: equivale al concepto de autonomía o independencia en el actuar, como cuando las naciones escogen su propio destino 3. Libertad personal: es la siendo también autonomía e independencia, se entiende como posibilidad de actuar en forma independiente de las coacciones provenientes de la propia comunidad, creando su propio estado de libertad separado de esa comunidad pero actuando dentro de la ley, en una elección personal.
Como puede verse, en los tres tipos o estados de libertad está el germen de las concepciones religiosas, políticas e individuales que han llegado hasta la modernidad.
También la libertad puede entenderse desde dos vertientes:
1. La libertad interna, que es el libre albedrío, en que nuestra voluntad es soberana y por lo mismo sujeta a la responsabilidad de nuestra elección ante las muchas posibilidades que, en cada caso particular posee el ser humano. Esta libertad no se debe transar porque nadie ni nada pueden torcerla si no queremos hacerlo. Y si nos obligan, entonces ni en ese caso la hemos perdido porque la responsabilidad ya no será nuestra si no de quien tuerce nuestra libertad por la fuerza. 2. La libertad externa, que es la posibilidad de ordenar nuestra vida según lo que determina nuestra voluntad. Ya lo señala Sócrates cuando dice que esa libertad es un bien hermoso y magnífico, lo mismo para el individuo que para el Estado. Esas palabras resuenan bellamente desde hace más de 25 siglos, iluminando a todos los filósofos posteriores, toda vez que el propio Sócrates murió por defender sus principios, entre ellos el de la libertad de pensar.
Desde una primera aproximación epistemológica, el tema de la libertad es tremendamente complejo. Algunos pensadores creen que la ni la pobreza, ni la ignorancia ni la falta de capacidad constituyen per se algún tipo de obstáculo a la libertad (T.W. Moore, 1999:101). Examinaremos esa argumentación que parece interesante. Desde un enfoque práctico, podemos preguntarnos ¿Qué puede restringir nuestra libertad? Y la respuesta es que son muchas las fuentes que impiden el ejercicio de la voluntad soberana, por ejemplo, la escasez de recursos económicos, la falta de habilidades o aptitudes, la presencia de una enfermedad inhabilitante. En cambio la pobreza en sí misma o la ignorancia no restringen la libertad. Examinemos esta aparente paradoja. La libertad, en ese caso particular del estado de pobreza, no es alterada, falta solamente su realización o el uso de ella. En cambio, una dictadura puede limitar seria y efectivamente cualquier espacio de libertad. Entonces, para que exista una restricción es necesario que previamente exista la voluntad y los medios para escoger, lo que no ocurre cuando hay una barrera o fuerza externa, independiente de nuestro albedrío que la impide. Por ejemplo, deseo salir del país, tengo los medios necesarios, pero la policía, por la existencia de una orden judicial me lo impide. La libertad persiste, aún puedo escoger salir en el futuro, pero no puedo hacer uso temporalmente de ella por un asunto de mi propia autonomía personal y si el tribunal diera la orden en contrario, entonces el viaje se realizaría. El tribunal no ha eliminado la libertad, lo que ha impedido es el abandonar el país, lo cual no es lo mismo que decir que nunca podré viajar. Nada ha cambiado respecto al tema libertario. En cambio, si por una orden de un Estado dictatorial no puedo viajar y esa orden es arbitraria, sin una causa racional, independiente de mi actuar y que permanece invariable en el tiempo, ajena de mi voluntad y de los medios de que dispongo, ahora sí hay una externalidad o fuerza que ha eliminado por su voluntad mi libertad de viajar. Es un choque injusto de voluntades. Por su parte Hobbes nos da otro argumento a nuestra idea, cuando en Leviathan señala (1648, 1999: 107): Renunciar a un derecho a cierta cosa es despojarse a sí mismo de la libertad de impedir a otro el beneficio del propio derecho a la cosa en cuestión. En efecto, quien renuncia o abandona su derecho, no da a otro hombre un derecho que el este último no tuviera antes. No hay nada a que un hombre no tenga derecho por naturaleza: solamente se aparta del camino de otro para que éste pueda gozar de su propio derecho original sin obstáculo suyo, y sin impedimento ajeno. Para el post modernismo, la libertad puede ser concebida como un bien político en el que descansan los otros bienes sociales; es anterior a todos los demás bienes, como son la educación, la salud, la previsión social, la religión, toda vez que no afecta la posibilidad de escoger, ¿Cómo expresar entonces los grados de libertad? Para los filósofos de tradición liberal, la libertad se entiende como un acto humano que se debe realizar sin la intervención del Estado y por lo mismo debe reducirse éste a una expresión mínima, pues la sociedad se regularía a través del mercado. (Para una discusión lúcida de este problema, véase el Diccionario de Filosofía Latinoamericana, 2000: 224-226).
Marx tiene una concepción distinta a la mayoría de los filósofos políticos de cualquier época y esta ideología de la libertad tendrá enormes consecuencias para muchos millones de seres humanos que resultaron oprimidos por el peso del Estado en la praxis marxista. Según este teórico, la libertad individual es un mito burgués, es una apariencia puesto que lo que aparece como libre en el ser humano es dependiente de las condiciones materiales de la producción y la consecuencia de la llamada libertad es en realidad la toma de conciencia de las leyes necesarias de la historia y el situarse concientemente en esa dirección. De esta afirmación se desprende que la libertad individual no tiene sentido porque lo que realmente importa es la libertad de toda la especie, de toda la humanidad. ¿Cuándo se logrará, entonces, la plena libertad del género humano? Cuando surja la sociedad comunista, con la consiguiente extinción del Estado y de las clases sociales. Marx hablaba del salto a la libertad cuando se refería al estado hipotético en que se pasaría del socialismo al comunismo pleno. Como puede verse, los valores occidentales de libertad y derechos no tenía sentido en la filosofía marxista, al menos en la parte declarativa o discursiva de los textos.
Una verdad incontrovertible es que la libertad siempre tiene límites. Nadie es libre totalmente. La libertad humana siempre será limitada por la libertad de los demás, porque siempre el hombre estará escogiendo entre una y otra posibilidad y al hacerlo excluye a otras posibilidades. Esa exclusión es el destino de la libertad y nos estaremos siempre limitando a nosotros mismos. Por ejemplo, el amor a los hijos restringe la libertad de los padres de ir donde quieren o hacer lo que quieran en un momento dado. El amor, en toda su grandeza y plenitud nos hace menos libres al depender emocionalmente de otras personas. La libertad se torna, en ese caso, una quimera elusiva, porque nosotros mismos deseamos restringirla. El problema, entonces, surge de cuando los otros quieren, sin nuestro consentimiento, reducir la libertad que deseamos. La vida en sociedad implica necesariamente una reducción voluntaria e involuntaria de toda la libertad que desearíamos no ver afectada. La libertad tiene muchas vertientes, como la personal, la política, la ética y la religiosa. ¿Cómo ser felices si siempre nos estamos limitando a nosotros mismos?
Si la pregunta anterior es pertinente, la respuesta es que siempre estaremos condicionando nuestra libertad y el pronóstico es que a medida que la civilización se haga más reglamentada, cada vez los espacios de libertad serán más restringidos. Veamos un ejemplo: en Chile, el uso de la identificación obligatoria, con un número que se asigna al nacer y que nos acompaña toda nuestra vida, significa que el Estado llega a conocer toda nuestra vida, todo lo que compramos, todo lo que vendemos, donde viajamos y cuanto gastamos, con el interés de que paguemos los impuestos. Hemos cedido nuestra libertad sin darnos cuenta y ahora siempre estaremos esperando que el Estado se entrometa en nuestra vida o pretenda dirigirnos. ¡Si hasta sabe por donde nos desplazamos y a qué hora lo hacemos por las carreteras pagadas¡ Edgar Allan Poe (1809-1849) en The Raven escribió sobre su amor que había muerto: Nameless here forevermore (sin nombre aquí para siempre), pero ahora cualquiera sabe que una persona muerta continúa con su nombre; le llegarán cuentas de teléfono, de luz, de agua por mucho tiempo incluso figurará en la guía de teléfonos por varios meses más y aún años.. No hay libertad ni incluso después de morir.
La libertad va unida a los conceptos de igualdad y de equidad. Para Kant la idea de igualdad está en la base de la libertad de los ciudadanos, que tienen igual derecho a ella y considera que existe una innata igualdad en cada hombre que consiste en su derechos de ser independiente de verse sujeto por otros e nada más de lo que él mismo recíprocamente les sujeta. La libertad puede ser muy amplia, como en las democracias desarrolladas o estar restringida, como en las dictaduras. En Chile, se puede hacer todo aquello que la ley no prohíbe expresamente. Es un concepto legal de libertad, que pone límites a la libertad, pero rebajar la amplitud de ésta requiere que la restricción siga el ordenamiento exigido por la democracia, es decir, necesita el consenso del parlamento. En ese sistema político democrático toda restricción a la libertad es rechazada por los ciudadanos. Lo mismo ocurre en el sistema educacional. Podemos entender que en educación la libertad es importante, pero tratemos de definir qué tipo de libertad es la requerida y encontraremos que es frecuente el mal uso de las correctas acepciones posibles del término. Más bien, hay un abuso del concepto ya sea por ignorancia o por algún interés escondido. El principio del libre albedrío enunciado por Santo Tomás es muy orientador en este sentido. Libertad es simplemente la opción de escoger. Escoger entre ser sabio o ser ignorante; entre ser culto o inculto, entre amar o rechazar el conocimiento; es el poder seleccionar entre una escuela u otra; entre un oficio o una profesión; entre vivir en un determinado lugar geográfico u otro, entre el bien y el mal. Pero en nuestra sociedad resulta evidente que quien tiene realmente libertad es el que cuenta con los recursos económicos para hacerlo. Un niño de la marginalidad económica y social tiene muy pocos grados de libertad; es un prisionero de su realidad, pues no puede escoger. Es un prisionero pues hasta su desplazamiento está limitado a la cuantía de sus recursos, como así mismo hasta la elección de pareja resulta menos libre si se es pobre.
Para algunos pensadores, no es verdad que la educación proporcione más libertad al individuo, sino que más bien ella permite al hombre hacer uso de las libertades en el medio en que se educa, en otras palabras, proporciona una forma aprendida de hacer las cosas que otorga libertad a quien posee determinados conocimientos.
En las diversas civilizaciones, la musulmana es la que tiene una concepción maravillosamente amplia de la libertad. En la ideología político- religiosa del Islam la libertad constituye un artículo de fe, un mandato solemne que viene directamente de Dios. Esta libertad y el derecho a ser libre deviene de cuatro principios fundamentales: Primero, la conciencia del hombre sólo se halla sujeta a Dios, ante quien el hombre es directamente responsable. Segundo, todo ser humano es personalmente responsable de sus actos y obras y sólo él tiene derecho a recoger los frutos de su trabajo. Tercero, Dios ha delegado en el hombre la responsabilidad de decidir por sí mismo y por ello cuenta con libre albedrío. Cuarto, el hombre recibe a través de la educación y de la enseñanza religiosa una guía moral y ética necesaria y suficiente y puede entonces, racionalmente, tomar decisiones responsables y buenas para la comunidad en que vive. En este orden de ideas, el concepto coránico enseña a los creyentes que la libertad es un derecho natural, un don del espíritu, un ordenamiento moral y un deber religioso. Por eso el derecho individual a la libertad es sagrado y la libertad es tan importante como la propia vida. Pero el alcance es que este amplio concepto libertario es esencialmente válido para los musulmanes y no extensible a los que no pertenecen a la religión. Para acceder a la misma libertad el infiel debe aceptar la fe. He citado al Islam porque en él hay una valoración del papel de la educación en la formación ética de la juventud para que a partir de la incorporación de los valores pueda el hombre integrarse válidamente en su comunidad civil y religiosa.
Para la aplicación entre nosotros del concepto de libertad y su extensión filosófica, hay que reconocer que se aplica mejor entre iguales, como lo ha demostrado la historia de la humanidad. La igualdad en los Estados Unidos se ha establecido –no logrado-, desde la mitad del siglo XX, mediante leyes impositivas a favor del respeto a las minorías y severos castigos a los infractores, pero los efectos de la libertad ligados a equidad e igualdad aún no son perfectos para todas las minorías que conforman su población.
El liberalismo, como teoría política y social y más tarde el neoliberalismo con su preocupación por los aspectos económicos, ha centrado la discusión en la importancia de los conceptos de libertad y de igualdad. Pero algunos autores ven con ojos críticos el uso que dan los neoliberales en la práctica, es decir desde los gobiernos, a la igualdad y a la libertad. Velásquez (200:221-223) señala a la letra:
Lo que hasta hoy reporta la experiencia liberal latinoamericana es que esos valores, si bien indudable-mente son de gran importancia para el establecimiento de nuestras propias relaciones sociales, en la realidad no han dejado nunca de servir de fundamento a una racionalidad política que en el fondo lo que permite es sólo la justificación del poder y dominación de las elites en nuestras respectivas sociedades. De ahí que no sea casual que ya desde el siglo pasado el liberalismo en Latinoamérica se haya concebido no como esa edad dorada a la que nos referíamos anteriormente, sino como una época de hierro, como la edad de las oligarquías liberales latinoamericanas. Será la lógica del poder que impusieron e imponen dichas oligarquías lo que las llevará a contradecir en la práctica a la quinta esencia, a la columna vertebral de la doctrina liberal, esto es, al individualismo; pero sobre todo será lo que las llevará a preferir a la fuerza y no a la democracia. Por otro lado, el liberalismo concebido como motor del progreso humano dará pie a la existencia tanto de un radicalismo pragmático como de un romanticismo que verá a través de los intensos como dinámicos procesos de transformación urbana, la principal negación de nuestra identidad. De una identidad que se manifiesta en el tradicionalismo. La fuente del triunfo liberal en Latinoamérica se encuentra, pues, en el triunfo de la ciudad contra el campo. Triunfo que ―paradójicamente― definirá con mucho el carácter antiliberal de nuestras respectivas burguesías. A lo largo del presente siglo la actividad liberal se ha centrado en una lucha intensa consistente ésta tanto en la defensa del Estado de derecho como en la democratización de nuestras sociedades. Los movimientos y acciones encaminados hacia la defensa de las libertades públicas, de resistencia política y de oposición a las violentas dictaduras en Latinoamérica obligan al establecimiento de una valorización critica sobre el importante papel que ha jugado el liberalismo en nuestras respectivas realidades sociales. Como motiva también al establecimiento de toda una refundamentación permanente del propio liberalismo, en particular en estos tiempos en los que al parecer los presupuestos del individualismo que sustenta una economía que todo lo engloba y resuelve a través del mercado, tienden a reducir la democracia liberal a un simple juego de retóricas que para lo que sirven es solamente de nuevo marco de legitimidad de la tecnocracia neoliberal.
Hay dos problemas en cuanto a la libertad. El primero se refiere a las limitaciones a la libertad individual que vienen desde la misma sociedad o de parte de otros individuos o de instituciones. El segundo se refiere a la percepción del sentido de libertad que experimentan las personas en toda cultura o sociedad. No podemos siquiera pensar en una libertad absoluta para nadie. El primer problema es objetivo y el segundo es subjetivo, por lo cual es más fácil ponderar el primero. Veamos un ejemplo: el Estado trata, en forma impositiva de velar por los contenidos mínimos que debe entregar la escuela a los alumnos. Esto se hace para lograr la identificación con la nacionalidad y con los valores llamados nacionales. Esto es justo y necesario. Pero a su vez las escuelas quieren tener algún grado de libertad para enseñar los contenidos que consideran relevantes, por un asunto cultural, religioso o político, para sus sostenedores. Ambas posiciones chocan con la libertad del otro, ambas posiciones quieren su libertad –uno para coartar, el otro para hacer lo deseado- y surgirá tarde o temprano el conflicto de intereses. El grado de cumplimiento de la exigencia es mensurable, no así el sentimiento de malestar de parte de las escuelas o de la comunidad escolar. De todas maneras, cuando el Estado fija los contenidos mínimos está violentando la voluntad y la libertad de quienes nos dedicamos a la enseñanza, pues el problema vuelve a resurgir con fuerza: ¿Quién tiene derecho a fijar los contenidos de la enseñanza? ¿Son los padres de familia en su condición de apoderados; o los maestros, o se requiere el consenso de todos los participantes en el proceso educacional? Quizás no sea de ninguna manera torpe la idea de incluir a los padres en los consejos administrativos de las escuelas y liceos del país. Mejoraría sin duda la democratización de la conducción de los procesos de enseñanza-aprendizaje, como ocurre en otros países, entre ellos Estados Unidos.
Entre nosotros, el 30 por ciento de los estudiantes de primer año de universidad deserta. Esto nos indica que ese porcentaje de jóvenes ha tenido la libertad para acceder a las carreras escogidas libremente, pero al parecer han carecido de las aptitudes necesarias para aprobar las exigencias en un ambiente más severo y exigente que en la educación media en que se formaron sus hábitos y disciplina de estudio. Ellos han usado su libertad pero talvez no debieran haber ingresado a ese nivel de la educación superior. Habría sido mejor para ellos y sus familias que el gasto en dinero, tiempo y dedicación se hubiese empleado en un nivel en que se asegurara un rendimiento adecuado para aprobar, por ejemplo, una carrera técnica. Lo anterior demuestra que no toda libertad en educación es valiosa en sí misma, pues habría libertades que no van acompañadas de un logro ventajoso para el individuo o para la comunidad. Pero si existe la opción para escoger, piensan algunos expertos, ¿Por qué impedirlo? La opción social sería restringir el acceso a la universidad de tal manera que solamente quienes puedan asegurar el éxito académico ingresen a ese nivel. Pero también otros pueden alegar que no solamente las habilidades académicas aseguran un buen rendimiento en la universidad, pues hay muchas veces detrás de todo fracaso otros factores, como emocionales, amorosos, económicos, de inmadurez del joven, de mala orientación vocacional que también influyen y en forma poderosa en el fracaso. Para otros, es necesario que la mayor cantidad posible de jóvenes entre los 18 y los 25 años de edad estén estudiando lo que sea en las universidades, porque de otra manera estarían presionando por lugares de trabajo, aumentando los índices de cesantía y afectando la imagen del logro político y económico de los gobiernos que desean continuar en el poder a través de quienes los apoyan por supuestos logros. Si el análisis es correcto, escondiendo el problema de la cesantía juvenil no es aceptable para el bien común, porque se está aumentando la mas de egresados de carreras de educación superior que no tienen un lugar en la economía del país y más arde o más temprano, presionarán a los gobiernos por el derecho a trabajar. Finalmente, desde un punto de vista de filosofía práctica, cotidiana, la libertad solamente es posible cuando hay alternativas reales que seguir, sin coacción y sin impedimento alguno.
martes, 4 de diciembre de 2007
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