sábado, 15 de agosto de 2009

EDUCACION Y GASTO EN DEFENSA

Dr. Nelson Campos Villalobos


Una de las mejores frases sobre el rol del Estado en la educación, es la que señala: El problema de la educación no tiene solución porque el problema es el gobierno (cualquier gobierno). Esta idea es el punto de partida de la reflexión pedagógica sobre el estado de la educación en muchos países de la región, compuesta totalmente de países en vías de desarrollo. Es interesante pensar en que el discurso unánime, transversal a todos ellos, está en que los políticos coinciden en que la educación de calidad es vital para salir del subdesarrollo y sin embargo no hacen nada cuerdo ni sensato para llevar a la praxis esa idea. Por ejemplo, Chile ha aumentado su flota con aviones de guerra de última generación, los F16, de fabricación norteamericana, para dotar a su minúscula fuerza aérea con las mejores y más caras naves en su tipo, en circunstancia que no existe ninguna amenaza real de parte de sus vecinos, los cuales sí tienen derecho a sentir que tienen un peligro latente, porque ¿para qué se arma su vecino? La reflexión llega a una lamentable conclusión: el país se arma y sus vecinos tendrán también que caer en el juego de la inevitable compra de elementos bélicos para mantener un delicado y peligroso equilibrio militar que no se justifica ni económica ni moralmente. Más interesa tener vecinos contentos y que sean buenos socios comerciales a tener a sus gobiernos desconfiados y poco deseosos de aumentar el intercambio comercial.

Desde el punto de vista de justificar el gasto militar diciendo que se requiere renovar el arsenal defensivo, ello es una falacia. Renovar significa sustituir algo viejo por algo nuevo de la misma clase. Por tanto, con lógica impecable, si no se han tenido naves del tipo F16, entonces no se está renovando nada. Se está comprando algo que no teníamos y por tanto el delicado equilibrio militar se ha roto irremediablemente, aunque los vendedores se cuidaron de no vender las armas de última generación que portan esas aeronaves y por lo mismo carecen del potencial de ataque de los modelos en uso en los países desarrollados que los poseen. Hemos adquirido un material de entrenamiento increíblemente caro y sin utilidad práctica para los fines en que se ha gastado a manos llenas. Haga entender eso a los vecinos.

Podríamos pensar que Chile es un país rico y que como le sobra el dinero tiene derecho a sentirse tentado y con derecho a invertir sus sobrantes en armas de toda clase para jugar al poderío bélico. Pero el pequeño país, de ninguna manera es rico ni ha solucionado los problemas sociales que tiene. La educación es deplorable en calidad, los funcionarios encargados de ella no tienen la calidad técnica que se requiere para lograr cambios en el sentido correcto; se ha acumulado una enorme burocracia incapaz de resolver los más mínimos problemas educacionalesy una enorme cadena de errores. ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Por qué el deterioro continuo de esa educación que fuera un orgullo del país? ¿Qué ocurrió con el experimento social más prolongado y exitoso de nuestra historia que fue la educación obligatoria nacional?

Por lo que sabemos, los gastos en educación o en salud no generan dineros ocultos para el provecho privado de los compradores, pero sí es habitual el uso de coimas en la venta de armamentos, como denuncia la prensa mundial y se ha visto en las investigaciones que se llevan a cabo en nuestros tribunales.

Lo que puede preocupar a todos los ciudadanos es que no tiene ningún sentido práctico el gasto bélico desmesurado, porque ello trae más pobreza, menos calidad de la educación y menos capacidad en salud para atender a la población más desfavorecida. La referencia a más pobreza deviene en el hecho que los países sin tecnología como nosotros debemos adquirir prácticamente todo el armamento en el exterior y todo mayor gasto significa dejar en manos de los países ricos el dinero tan necesario para comprar vacunas e insumos médicos o educacionales. Los gobiernos se excusan en que la Ley del Cobre obliga a entregar a las Fuerzas Armadas el 10% de las utilidades de la venta del cobre, pero es otra falacia lógica, porque las leyes se pueden cambiar cuando son evidentemente injustas. Un bien nacional de mejor sentido social sería destinar el 10% indicado a mejorar la educación.

Me extraña que la izquierda abandonara en tan pocos años su admirable posición de los años 50 y hasta el comienzo de los 90 del siglo pasado, cuando luchaba contra la dictadura y hacía una crítica social profunda, desgarradora. Hasta el presente, no he escuchado ni una sola queja de la izquierda sobre la mala calidad de la salud o de la educación, salvo las escasas voces solitarias de algunos parlamentarios. A su turno, ninguno de los partidos políticos existentes, ya sea de derecha o izquierda, ha expuesto ideas contrarias al gasto en armas. Estamos tan sin reflexion ni responsabilidad como el mundo en los años treinta, cuando Alemania empezó a armarse sin que nadie se quejara, porque justamente los que fueron posteriormente sus enemigos estaban felices de vender lo que los nazis necesitaban para su próxima guerra mundial. Además carecemos de crítica ante los actos de los gobiernos. Habría sido bueno, correcto y justo preguntarle al pueblo mediante un plebiscito si queremos más armas o mejor educación y salud.

Antes que comprar aviones, tanques, helicópteros, misiles y bombas, habría querido un país que contando con excelentes y bien adiestradas fuerzas armadas, lo que nadie puede negar de Chile, hubiese invertido los excedentes del cobre en crear tecnologías propias en lo militar, como construir los barcos y armas en el propio país, mediante contratos con los fabricantes del exterior, para la fabricación local de esos productos, dando trabajo a la población. Tirar el dinero sin nada a cambio es insensato y torpe, dado el valor inmenso de lo que hemos comprado y los propios militares debieron, en un gesto patriótico, haber declinado el gasto por el bien de Chile. Eso hubiera hecho sin duda Bernardo O’Higgins y los demás padres de la patria.

Lo que necesita Chile, y se ha demostrado en cuanta catástrofe natural hemos tenido, es disponer de más helicópteros, más aviones para combatir incendios forestales, más medios para atender a los ciudadanos en caso de temporales y terremotos, tener más elementos de detección temprana de catástrofes, como una buena red de sismógrafos e implementos para la vulcanología; crear fuentes alternativas de energía, etc. Las fuerzas armadas son insuperables e insustituibles para actuar en esas situaciones de tragedias naturales y necesitan medios que el país gustosamente debería entregar. Como puede verse, no pido nada descabellado ni creo que existan argumentos en contra de la idea de emplear mejor el dinero que es de todos.

Si de defensa se trata, hablemos en el frente interno del problema mapuche que está en marcha, de la irritación de las personas por las carencias en salud, la miseria del Transantiago con su ingente derroche de fondos fiscales, la desigualdad económica creciente y la falta de equidad y el crecimiento de la delincuencia . Parece que equivocamos la brújula social y en lugar de ayudar al quintil más pobre lo estamos haciendo con el quintil más rico, que cada día concentra la riqueza de la nación en menos manos. Todos esos problemas generarán algún día más violencia de la que deseamos para nuestro querido país.

Desde el punto de vista de los profesores, debe ser penoso para cada uno de ellos saber que si bien gastamos en aviones carísimos, el gobierno no tiene ninguna intención de pagar a los maestros la deuda histórica pese a que la ley lo obliga. Como le dijera la Madre Teresa al Papa: "Venda, Santo Padre, el Mercedes que usa", quizás fuese igual de potente la idea que vendamos el avión Presidencial y usemos para las autoridades los medios ordinarios, como cualquier dirigente de un país en desarrollo. Lo inquietante es que los funcionarios de alto rango se comportan como si fueses exitosos empresarios gastando su propio dinero. El problema es que los fondos son de todos y el gobierno solamente debería administrar, con responsabilidad y sensatez lo que hemos dejado a su cuidado. ¿Quién es el problema verdadero?